Nací esta primavera y junto a mi hermano fui creciendo bien alimentada, pues mi madre nos mimaba con abundante comida que teníamos a discreción en la charca de al lado.
Ya habíamos alcanzado la edad adulta y llegó el momento de alzar el vuelo. Para ello pasamos largos ratos mi hermano y yo haciendo prácticas, dando saltitos y batiendo las alas bajo la supervisión de mi madre. Un día en uno de los saltos se me enredó en una pata una gruesa cuerda que no sé por qué motivo en algún momento mi madre colocó al borde del nido. Quise deshacerme de ella pero cuantos más movimientos hacia para desliarme, más firme quedaba atada. Mi madre solo pudo desenganchar el otro cabo que pendía amarrado a un palitroque del nido. Mi hermano cansado sin duda de esperar a que me decidiera a volar alzó el vuelo y se marchó. A los pocos días decidí lanzarme al vacío con el incordio de la cuerda .Planeé un buen rato y disfruté de la libertad sorteando el viento hasta casi olvidarme de lo que llevaba colgando. Al cabo de un rato me propuse tomar contacto por primera vez con la tierra, posándome en una finca cercana al nido. Mi nula experiencia en el vuelo me llevó a una trampa de la que no pude escapar. Al tomar tierra la cuerda se enganchó en una alambre con púas, que me llevó a caer de bruces sin saber muy bien lo que ocurría. Hice denodados esfuerzos para liberarme dejando incluso un reguero de plumas en la batalla y exhausto, me tumbé en el surco convencido de que no tenía escapatoria. Las horas pasaban, hacia mucho calor y permanecí tumbada intentando recuperarme. Desconcertada por lo que me ocurría intenté de nuevo liberarme pero no me tenia de pie y perdí toda esperanza de salir del atolladero.
La tarde avanzaba bajo un sol abrasador cuando vi acercarse una persona. Tuve miedo y temí por mi vida ya que nunca había tenido a nadie tan cerca, pues mi madre, cuando pasaba alguien cerca del nido nos acurrucaba en el fondo para preservarnos de cualquier agresión. Al ver el hombre a mi lado me quedé casi paralizada de miedo y no me atrevía ni siquiera a mover los ojos. La persona comenzó a hablarme, después pasó suavemente su mano por mi cabeza y el resto del cuerpo y al sentir una sensación agradable comencé a perder el miedo. Me tomó en sus brazos para deshacer los nudos que se habían formado en mi pata y al cabo de un rato me sentí liberada de la tirantez de la cuerda. Me extendió las alas y miró detalladamente todo mi cuerpo para ver si estaba herido. Solo tenía unos rasguños en el pescuezo por el desplume. Me levantó pero no me tenía en pie. Me tomó en sus brazos y me alzo alzó al viento para que emprendiera el vuelo pero caía de nuevo en sus brazos. Convencido de que no tenia fuerzas para moverme me colocó confortablemente sobre unas pajas en el surco, me acarició de nuevo y se marchó. Permanecí todo la tarde sin moverme. La noche refrescó el ambiente y al amanecer me sentía con algo de fuerza. Me levanté pero no pude andar más de veinte metros. Permanecí de pie pero agotada por el esfuerzo y el ayuno prolongado mis patas flaqueaban hasta que caí de nuevo en el surco convencida de que nunca más me levantaría.
La mañana avanzaba, el sol comenzaba a calentar cuando de pronto vi llegar de nuevo a la persona que me desató. Ahora ya no tenía miedo porque sabía que quería ayudarme. Se agachó y comenzó a hablarme y a pasar su mano suave sobre el plumaje. Esto me aliviaba pero sentía que se acercaba el último momento. La persona comprobó sin duda mi situación crítica y al no poder hacer más por mí se marchó. Abrí grade los ojos para verlo alejarse a pesar de mi vista borrosa.
Comencé a recordar los buenos momentos de mi infancia: cuando la lluvia arreciaba y madre nos cobijaba bajo sus alas. Después no llovió más y el sol brillaba cada mañana. Un día mi hermano y yo nos disputamos una culebra que trajo madre, tirando uno de cada extremo hasta que madre, con su pico, la troceó en dos y se acabó la pelea. Fui muy feliz durante mi infancia pero ahora me siento desamparada y derrotada. Ya solo albergo la última esperanza de que vuelva la persona que me hizo descubrir el placer da las caricias, y me gustaría volver a sentir esas sensaciones tan agradables para quedarme al tiempo dormida para siempre. Félix