05 enero 2011

Recuerdo a mi primo Adolfo en la noche de los reyes Magos.


Este cuento que transcribo, escrito por mi primo Adolfo hace unos cuarenta años, es un claro ejemplo de sus inquietudes en una época de guerras: Guerra de Vietnam, la Guerra de Seis Días, EL Watergate y otras lindezas. Cuarenta años han pasado y todo sigue igual en el plano ético, moral y de los principios. La venta de armamento bélico sigue siendo un negocio floreciente; guerra por aquí, guerra por allá. La corrupción de los gobernantes de toda índole y latitud va viento en popa y es un negocio boyante. O sea. Solo me cabe el consuelo de que nacerán otras Madre Teresa de Calcuta, otros Vicente Ferrer y otros anónimos combatiendo a su manera por la dignidad del ser humano.
Hoy, noche de los Reyes Magos, es sin embargo, un momento para soñar. Félix




BATASAR, LOS HOMBRES Y EL SEÑOR DIOS.

Baltasar dijo:
-No voy.
-¿Por qué?-interrumpió Dios.
-Me matarán. En la tierra matan a los negros.
-Apreciaciones tuyas-dijo, escéptico, Dios-.Además, tú no vas como rey; te solicitan.
-Tanto pero. Allí solo perdonan a los reyes del jaa y a los coronados en el cuadrilátero del ring. Tú lo sabes.
-No seas incrédulo, Baltasar-corrigió el Señor Dios-. Anda, vete. Y, además, te exijo que me traigas un regalo. Yo también sueño en mis reyes y no niego que me gustaría algún regalo de los hombres.
-De acuerdo Dios. Tú mandas.
Baltasar vistió su mejor manto blanco. Los dientes lechosos resbalaban su sonrisa triste. Sudor comprimido en la frente. Desconfianza. Decididamente montó en su camello, blanco también, y comenzó a bajar.
Baltasar hubiese deseado llenar sus alforjas de racimos de estrellas de todos los colores: iris, azul cielo, añil azul mar, turqués, verde pradera, rojo de fuego, amarillo querubín…para después repartirlas a los chicos. Desistió. Las cartas que conservaba en sus alforjas no solicitaban estrellas; únicamente aviones de reacción, tanques de guerra, ametralladoras, cohetes dirigibles…
-¿es que se han vuelto tan mayores los niños?
Pero ya no vio la cara del Señor Dios.
Recordó que, efectivamente, un niño había pedido una estrella. Sonrió satisfecho. Al fin podía satisfacer. Paró su camello a un lado de la Vía Láctea. Ojeó en torno.
-Te llevaré la mejor. La mejor estrella del cielo para ti.
Fue apuntando una a una. Las llamaba por su nombre (Las estrellas tienen nombre de tierra y de cielo: coral, perla, mariposa, tul, margarita, radiante piropo, verso, amor, sonrisa, luz, rocío…) Todos le parecían la mejor. Únicamente una, diminuta, adelantó su mirada hasta los ojos de Baltasar. El rey le guiñó en una seña.
-Acércate
-¿me llevarás contigo?
-Te llevaré. ¿Cómo te llamas?
-Estrellita.
¿Estrtellita?
Me pusieron así mis amigas porque no crecí más.
-Anda, monta.
Estrellita se posó en la corona del rey. Baltasar se sentía satisfecho. El camello trotaba por la Vía Láctea aprobando con el hocico. Baltasar pensó:
-El mejor regalo para mi niño.
De pronto le invadió un extraño presentimiento .Sacó una carta de las alforjas. Miró a Estrellita con pena; jugaba en el hocico del camello. Cerró la carta.
-Lo siento, Estrellita. No me vale
-¿No?
Tienes que quedarte aquí.
-¿No me llevas a la tierra?
-Lo siento. De vedad que lo siento.
Estrellita dibujó un mohín en sus puntas brillantes. También las estrellas se ponen tristes. Dijo.
-¿Por qué no valgo? ¿soy fea?
Y Baltasar, con pena:
-Al contrario, eres demasiado guapa. Precisamente por eso no me vales.
Luego, el rey, bajando los ojos, avergonzado.
-El niño me pedía una estrella de Sheriff.
Estrellita acarició el hocico del camello en su último intento de resistencia. Por fin bajó. Cuando Baltasar volvió la vista notó como las puntas de Estrellita se desprendían gotas relucientes; lágrimas.
En la tierra, Balsar fue dejando regalos en la ilusión de los crios. Todo lo que le habías pedido: fusiles, balones de reglamento, arcos con flechas, pistolas, cartucheras, espadas, una muleta de torero, un arpón para cazar en el mar, cañones antiaéreos…No se sentía satisfecho. Aquellos regalos, aquellos tontos regalos…Avanzó por una calle. Le quedaban ya pocas casas donde entretenerse. De vez en cuando se encendía una ventana. Los niños sobresaltados, traducían su alegría en gritos.
¡Juguetes, juguetes!
Eran gritos felices, de satisfacción.
Baltasar, al intentar penetrar en una casa, oyó un disparo. Estremecimiento. Miró hacia el cielo. Las estrellas brillaban encima. Sonrió al fin.
-Ya comienzan a jugar con las pistolas.
¡Estos chavales…!
Pero la sonrisa se enturbió de pronto. Del fondo de la calle avanzaban suspiros de niño, entrecortados, rotos, no de felicidad, ni de ilusión. Poseían deje de agonía. Baltasar corrió en su dirección. Vio a un grupo de niños. Se adelantó:-He ¿qué hacéis?
-Tú, negro. ¡Fuera! ¡Lárgate de qui!
-Soy Baltasar, el rey. El rey de los juguetes.- ¡Lárgate. ¡Fuera!
Los quejidos del niño se apagaron lentamente. Los otros huyeron. Baltasar vio tendido y con manchas de sangre al niño. Se agachó. Lo tomó en sus brazos. Negro y muerto. Lo llevó hasta el camello y lo colocó con mimo en las alforjas. No repartió más juguetes.
Al pasar de nuevo por la Vía Láctea, Estrellita se manchó de sangre, pero le esperaba en el camino.
-¿
te ha ido bien?
-Sube, Estrellita. Sí me vales.
La colocó en la frente del niño. Estrellita se manchó de sangre, pero estaba contenta. Besó aquella frente negra y grana, como una bandera.
En el cielo interrogó el Señor Dios:
-Baltasar, ¿tan pronto vienes?
-No he podido terminar.
-No me dirás…
Baltasar bajó los ojos .El Señor Dios volvió de nuevo:
-¿Me trajiste el regalo?
-Lo traje, Señor.- ¿A qué esperas? Dijo Dios, impaciente.
-Está en las alforjas.
-Vamos, Baltasar.
Baltasar sacó al niño. Se acercó el Señor Dios.
-Es esto-
-¡cómo!
-Ya ves. Lo mejor que pude traerte. Un niño negro muerto por niños blancos. Yo creo, Señor, que no deberíamos llevarles esos regalos
-¿Cuáles?
-Metralletas, pistolas, tanques…
Dios bajó los ojos. Dijo simplemente:
-Yo también lo creo.
(Adolfo Carreto)