03 mayo 2013

A mi madre que tanto quise


Anunciando la primavera, llegaste al mundo,
y con ella te fuiste cubierta de flores,
porque el cielo te llamó, madre,
y entraste con todos honores.
Y una lluvia de confetis cayó del cielo
cubriendo el sendero de tu andar sereno,
arcoíris de tus noventa y una primaveras,
huellas que en mi alma perduran,
cubiertas de seda.
Aún siento el calor de aquellos jerseys, y bufandas, y calcetines,
que con tanto arte  y cariño tejiste para protegernos del invierno
en tiempo de posguerra, sin un duro en la faltriquera, 
que ese si que era un arte, madre;
el de la supervivencia, con tu sonrisa como antídoto,
a tanta miseria.
Porque había que tener mucho talento, intuición y paciencia,
para criar once hijos, con  el semblante sereno,
y con la mirada tierna.
Ya compartes el Reino de la paz con tus queridos hermanos Bernardo e Indalecio, 
que habrán salido a recibirte, y mi tío Inda, como le llamábamos, 
te habrá dado las gracias por el poema que hace trece años le dedicaste ,
y que sigue ahí enmarcado en el pasillo, del cual transcribo con devoción
estas líneas entresacadas de tu amor fraterno:
“…Vuela  palomita vuela,
Vuela hasta ese palomar
Allí nos veremos hermano,
Para toda la eternidad.
Mis oraciones hermano,
Nunca te han de faltar,
Yo siempre estoy muy cerquita,
cerquita del altar…

Corta fue tu agonía,
Y lento tú caminar,
Pues Jesús y María,
Te han salido a esperar…

Dios quiera que algún día
Nos volvamos a encontrar,
Donde reina la alegría 
Y también reina la paz.”

Sí, fue siempre la alegría, madre, tu compañera de viaje,
con tus canciones que oigo,
y con las jotas del baile 
que airosa mecías el viento,
aquel día con Salvador,
festejando San Lorenzo.
Por eso en este momento de pesares y  lamentos,
tengo el alma serena por cuanto reina en el cielo,
porque allí donde reinan la alegría y la paz, como dijiste,
Salvador al que recuerdo por su talante jovial,
habrá salido al encuentro, como en la foto que inserto,
de memorable recuerdo,
Y elegante, cual banderillero enhiesto,
con los brazos alzados al viento,
estoy seguro que te habrá dicho:
“Esperanza, ¡¿bailamos otra rosca?!”
Y tu:
“¡Cómo no, Salvador, venga, otra!”

Félix.